Todos conocemos o hemos oído hablar de los “Derechos del niño”. La Convención sobre los Derechos del Niño es “el tratado internacional de las Naciones Unidad a través del cual se enfatiza que los niños tienen los mismos derechos que los adultos, y se subrayan aquellos derechos que se desprenden de su especial condición de seres humanos que, por no haber alcanzado el pleno desarrollo físico y mental, requieren de protección especial”. Entre algunos de estos derechos se destacan el derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo. Derecho a la no discriminación y a su protección de abandono, crueldad y explotación, y para mí el que engloba y abarca a todos los otros que es el derecho al amor y la comprensión de los padres y la sociedad. En resumidas cuentas la declaración de estos derechos reconoce al niño y la niña como “ser humano capaz de desarrollarse física, mental, social, moral y espiritualmente con libertad y dignidad”.
A pesar de lo anterior, sabemos muy bien que muchas veces en distintos lugares del mundo estos derechos que deberían ser prioridad de cada uno de nosotros, una infinidad de veces son violados y pasados por alto, en algunas circunstancias de manera premeditada e intencional; aunque algunas otras sin saber que por anhelar lo mejor para el niño estamos pasando a llevar sus derechos sin ninguna intención de por medio. A qué me refiero con esto último, me refiero a que sobre todo hoy en día muchas familias con todas sus buenas intenciones, pasan por alto sin querer el derecho que tiene el niño a crecer en un ambiente de RESPETO y LIBERTAD. ¿Por qué?, porque en ese afán por competir, medir, dirigir, supervisar, controlar que vive sumergida en la actualidad nuestra sociedad, nosotros tanto como padres y/o profesores pasamos por alto el derecho natural a “expresarse” que tiene cada niño. Esta “expresión natural” como quise llamarle se explica muy bien en una carta de los “derechos naturales de los niños” (que expongo más abajo) realizada por Gianfranco Zavalloni. Este profesor de origen italiano es conocido también por su libro: “La Pedagogía del caracol”, donde aboga por una educación lenta y respetuosa a los ritmos y necesidades de los niños.
A medida que lean estos derechos se darán cuenta así como yo que son necesidades que a primera vista pueden parecer tan simples, sin embargo de suma importancia para un desarrollo íntegro y armonioso de un niño. Ustedes se preguntarán y ¿por qué al ser tan simples no se respetan? No se respetan porque al parecer hoy en día la simpleza no tiene cabida en el mundo de hoy. Lo sencillo, lo natural ya no se respeta en una sociedad donde priman más que nada la velocidad y ese afán por conseguir facultades que me hagan sobresalir o estar a la par con los otros, para supuestamente como padres y educadores asegurar un futuro prometedor a nuestros niños; olvidando muchas veces que en lo simple se encuentran los aprendizajes más importantes. Como dice Carl Honoré “Los aprendizajes y experiencias más enriquecedores a menudo son imposibles de medirse o clasificarse en un curriculum vitae”.
Entonces, según Gianfranco Zavalloni cada niño y niña tiene:
- El derecho al ocio. Períodos de tiempo que no estén planificados por los adultos,tiempo para distraerse.
- El derecho de ensuciarse. Jugar con la arena, la tierra, la hierba, las hojas, las piedras, el agua, hacer barro.
- El derecho de oler. Sentir el placer del olor, reconocer los aromas de la naturaleza, de las comidas.
- El derecho al diálogo. Tener la oportunidad de hablar, de ser escuchado y también de escuchar a los demás.
- El derecho a utilizar las manos. Utilizar el papel de lija, encolar, modelar barro, ligar cuerdas, usar el tacto para reconocer los materiales…
- El derecho a un buen comienzo. Tomar alimentos sanos desde el nacimiento, beber agua fresca y respirar aire puro.
- El derecho a la calle. Jugar libremente en la plaza, caminar por la calle, poder disfrutar de los pueblos y de las ciudades.
- El derecho a lo salvaje. Construir una cabaña en el bosque, jugar al escondite entre las cañas y trepar a los a árboles, bañarse en los ríos, saltar desde lo alto, caer y levantarse de nuevo.
- El derecho al silencio. Sentir soplar el viento, cantar los pájaros, borboteo del agua, el rumor de un bosque, la calma.
- Los derechos a los matices. A ver el amanecer y el ocaso y admirar por la noche la luna y las estrellas.
¿Se dieron cuenta? Cosas tan simples. Qué bello sería que cada niño gozara de tiempo y espacio para disfrutar de todo lo anterior. Que cada niño tuviera el RESPETO Y LA LIBERTAD para crecer y desarrollarse a su propio ritmo, asombrándose y disfrutando de las cosas simples de la vida en contacto con la naturaleza. En un ambiente acogedor, amoroso, respetuoso, alejado de presiones y competencias.
Nosotros como adultos hemos perdido de cierta manera la capacidad de maravillarnos y asombrarnos ante la vida misma. Nunca es tarde para volver a retomar el camino, lo importante es querer hacerlo. Es por esto que te invito a que como mamá, papá, educador te tomes tu tiempo, reflexiona sobre esto. Si al reflexionar te das cuenta que sí en realidad te has dejado llevar por el ritmo, la prisa y las exigencias, y en este andar precipitado has embarcado a tus hijos y/o alumnos, haz un “stop”. Sal afuera, respira y junto a tu hijo y/ o alumno vuelve a ser niño otra vez.
Por Evelyn E.
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dulzona512
Reblogueó esto en y comentado:
Asi es¡¡¡¡
Rejuega
Totalmente de acuerdo Evelyn!! Tenemos que poner más nuestra mirada silenciosa sobre el niño, para observarlo con calma y respeto. Porque de esta observación sacamos enseñanzas de vida, cosas que ya conocíamos pero que han quedo olvidadas en nuestro memoria.
Estar pendientes de sus ocurrencias, de su manera de jugar y sus inquietudes. Tienen tanto que enseñarnos!!
Un abrazo!