La asertividad es la capacidad de decir que “no” de forma adecuada y sencilla; de plantear los pensamientos, sentimientos y opiniones personales sin pasar a llevar a los demás. La timidez o la incapacidad de proponer las propias necesidades y la agresividad o exposición de los pensamientos pasando a llevar al resto son los dos polos de la asertividad. ¿Cómo no caer en ellos? Trabajando con los niños en dos aspectos básicos. Por un lado, en su seguridad personal: hacerlos sentir que lo que sienten y piensan es válido; y por otro, su empatía o la toma de perspectiva social: que sean capaces de ver y sentir con el otro las implicancias de su conducta.
Trabajar su autonomía.
La autonomía es la sensación de poder y de capacidad, la sensación de que soy capaz de… ¿Cómo hacerlo? Los padres deben permitir a sus niños expresar sus posiciones: lo que opinan y creen frente a diversos temas. “¿Qué piensas de esto?, ¿qué sientes cuando te pasa esto?”. Por otro lado, deben ayudarlos a ponerse en el lugar del otro. “¿Qué crees tú que le pasó al niñito cuando todos se rieron de él cuando se cayó?, o ¿qué crees tú que le pasa a alguien si se enferma y nadie lo llama?”
Educarlos en el lenguaje emocional.
La capacidad de ponerse en el lugar del otro y de expresar lo que uno siente de manera adecuada se educa hablando con los hijos. Simplemente eso. Hablando. “¿Cómo te sentirías si te equivocaras y todos se rieran de ti?, ¿cómo te sientes tú cuando alguien te reta?, etc.” Con estas simples preguntas, los padres les van dando lenguaje emocional. “No sé, me da rabia”. “¿Qué sientes ganas de hacer?” “Pegarle al que me retó”. “¿Qué otra cosa más podrías hacer distinta a pegarle?” Y así, los adultos pueden guiarlos. Cuando son más grandes y dicen: “Tengo ganas de llorar”, y los padres contestan: “Eso se llama pena”, les van dando lenguaje emocional, les ayudan a poner en palabras sus propios sentimientos y pensamientos, les enseñan a expresarse.
Validar sus expresiones.
Al validarlas, los padres dan seguridad. “Entiendo que te dé verguenza pedir el vuelto”. Con esa simple frase, la madre está validando los sentimientos de su hijo; y al hacerlo, favorece que él se crea a sí mismo y sienta que lo que siente, es siempre válido. No que esté bien o que esté mal. Es válido. Una vez dicho esto, la madre debe ayudarlo a hacer la diferencia: “Sin embargo -y pese a tu verguenza- es bueno que le digas al señor que te pase el vuelto, es bueno que le expreses tu opinión para que te dé tu plata a cambio”.
Permitirle elegir o actuar dentro de ciertas posibilidades.
Para encaminarlos, pueden hacerlo entre alternativas cerra- das. “¿Hoy te quieres poner el chaleco rojo o el azul?”. “El rojo”. “Ok”. Es importante ofrecerles alternativas y validar sus elecciones. Al preguntarles: “¿Qué ropa te quieres poner?”, no se debe decir: “¡Ay, que atroz cómo quedaste!”, porque ahí es donde se cae en contradicciones: si se les da la oportunidad de optar por algo, hay que reforzarle esa autonomía para que así confíen en su propio criterio.
Ayudarlos a enfrentar a los adultos.
Hay una cultura muy poco respetuosa del niño: se le subvalora en términos de sus posiciones, posturas y capacidad de razonamiento, se espera poco de ellos. “Dentro de este contexto, si vas al supermercado y mandas a tu hijo a hacer una cola, es típico que viene una señora y lo pasa a llevar. ¡El adulto no lo respeta porque es niño!”, explica la psicóloga María Elena Vigneaux. Y agrega: “Un niño frente a un adulto está en desigualdad de condiciones, por lo tanto, es natural que tenga cierto temor”.
Para ayudarlo, hay que enseñarle a plantear su punto de vista de forma adecuada y con fundamentos, previniéndolo de que eso puede ser ingrato y que puede tener respuestas poco asertivas. Jamás culparlo o decirle: ‘¡Ay, cómo no te atreves!’. Decirle, en cambio: “La señora cometió una falta de respeto, no te respetó. Si tú puedes y tienes la oportunidad, la próxima vez le hablas, con respeto, desde lo que a ti te pasa: Señora, yo estoy en la cola, por favor respéteme”.
Fuente: HACERFAMILIA
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