Windon era un pueblo rural muy muy pequeño. Todavía lo es. Pero en eso de no tener tienda de discos fueron unos adelantados.
¿?
Hoy en Estados Unidos sólo puedes comprar música por internet.
Usted fue pionera.
No quería que ninguna discográfica me dijera qué, cómo y cuándo, así que decidí vender mis discos a través de internet (1995). Ahora la gente los compra antes de que salgan y eso ayuda a pagar la producción; incluso mis fans me ingresan dinero cuando explico en mi web que quiero crear una obra.
¿Cómo llegó la música a su vida?
Fue una aparición. Evelyn Butler, una reputada pianista de Chicago, vino a cenar a mi casa. Era pelirroja, como yo entonces. Se sentó al piano y la vi tan feliz, tan suelta, que dije: “Yo quiero esto”. Tenía cuatro años.
¿Y qué hacía en Windon una estrella?
En un mes su marido y su hijo murieron de cáncer. La hija que le quedaba vivía en Windon. Fue mi profesora durante años. Era una mujer excéntrica que revolucionó mi pueblo. Amaba la música y a los niños.
¿Qué le transmitió?
La libertad y el placer. Para ella todo era música, no establecía barreras ni jerarquías entre los estilos musicales. Le debo mi estilo, esa mezcla entre clásica y jazz.
A los ortodoxos eso no les gusta.
Música es música, toma lo que quieras de donde quieras, sin límites, se trata de componer por el placer de hacer música.
¿Con qué relaciona usted la música?
Con la espiritualidad. Cuando estás tocando vas hacia dentro y lo que encuentras en tu fondo es expansión, puro universo, algo muy alegre.
Suena muy bien.
Es un lugar en el que las horas cuentan como minutos, esa es la felicidad de estar creando. Lo asombroso es cuando tú sacas fuera en forma de música ese universo y otro lo hace suyo, expandiéndolo a su vez dentro de él, conectando.
¿Nadie le dijo que no era normal que una mujer dirigiera orquestas?
La semana pasada conocí a una mujer en la azotea del Empire State. Ambas somos amantes de los pájaros y desde allí se puede ver como migran. La mujer es una investigadora farmacéutica muy poderosa en una profesión muy masculina. Nos pusimos a hablar y hallamos una cosa en común.
Cuénteme.
Cuando éramos niñas ambas íbamos a cazar patos con nuestro padre. Yo era la tercera hija de un padre que ansiaba un hijo. Me encantaba formar parte de la camaradería de esos hombres que me trataban como uno más: “¡Pinki, despluma el pato!”. Con el tiempo ambas nos hemos sentido confortables en una “profesión de hombres”.
¿Le gustaba matar patos?
Lloraba cada vez que mataba uno por muy orgulloso que estuviera mi padre y me preguntaba si no iría al infierno por ello.
Usted manda en una banda de 18 hombres, ¿cómo los motiva?
Dándoles música emocionante para tocar, respetándolos y ofreciendo a cada uno un lugar para brillar. Conmigo tienen una relación más sentimental de la que tendrían con un director.
Los llevó a su pueblo…
Mucha de mi obra es autobiográfica, trata sobre mi infancia y la gente que me rodeaba. Tocar ante ellos fue probablemente uno de los momentos estelares de mi carrera.
Hábleme de esas piezas biográficas.
Son como alquimia, el dolor se convierte a través de la música en algo bello. Le contaré una historia muy conmovedora: Compuse Sky blue para una amiga que se estaba muriendo de cáncer.
…
Un día estaba firmando discos en Detroit y se me acercó un chico: “Hace 18 meses me diagnosticaron un cáncer de próstata y me dijeron que no viviría más de 18 meses. Al escuchar Sky blue he tenido, por primera vez en todo este tiempo, un sentimiento de paz”. La música es muy poderosa.
¿De qué más habla su música?
De mi infancia y el paisaje de Windon: infinitos campos de maíz, una carretera, las vías del tren, la fábrica de lino en la que trabajaba mi padre. “¡Qué lugar tan inhóspito!”, dijeron los de mi banda cuando fuimos.
¿Deprimente?
Sí, una intensa belleza vacía que esconde cierta oscuridad. No era fácil vivir aislados. De niña, cuando tocaba el piano y veía pasar un coche por la carretera, tenía la fantasía de que en él viajaba un cazatalentos que con una antena especial escuchaba lo que sonaba en las casas, y que iba a descubrir mi gran talento y llevarme a Nueva York. Y cuando veía los Grammy por televisión me imaginaba a mí misma recibiendo el premio.
Ha recibido dos. Igual creamos nuestro futuro con los sueños de infancia.
Creo que sí, que creamos nuestro destino con nuestras mentes.
¿Por qué recrea su infancia?
Es cuando todo lo experimentas por primera vez: el dolor, el amor; luego todo se repite. Cuando mi banda llegó a Windon, el batería, que alucinaba como si hubiéramos aterrizado en Marte, me pregunto: “¿Tú te sientes más la María de aquí o la de Nueva York?”. Y lo supe: aquel es mi lugar esencial.
Fuente: La Contra. La Vanguardia